COVID y financiación universitaria: ¿qué pasará cuando esto pase?

11/05/2020

Juan Vázquez, catedrático de Economía Aplicada, ex presidente de Crue Universidades Españolas y ex rector de la Universidad de Oviedo.

Seguimos todavía peleando para conseguir que esto (la pandemia) pase, pero tenemos que preguntarnos ya ¿qué pasará cuando esto pase?  Celebro, por eso, que la Cátedra Unesco de la UPM se haya decidido a hacerlo y echo en falta esa misma disposición y liderazgo en decisivas instancias de la política educativa nacional.

Es evidente que cualquier intento de respuesta a esa pregunta será inevitablemente parcial, provisional, tentativo, y que, más allá de los esfuerzos individuales, requiere que nos pongamos juntos a pensar. Pero hay algunos elementos que, en medio de las incertidumbres, se pueden comenzar a vislumbrar.

Por un lado, cabe esperar que en la “vuelta a los esenciales” a que esta crisis nos debería conducir, la formación, la ciencia, la innovación, es decir los terrenos en que se desenvuelve la universidad, habrían de adquirir un nuevo protagonismo y contar con una mayor atención y respaldo social. Eso tendría también que impulsarnos a los universitarios a repensar la universidad, a abandonar socorridos discursos y ponernos a imaginar, a anteponer las visiones estratégicas a las cuestiones cotidianas y rescatar cuestiones olvidadas para preguntarnos si enseñamos más y educamos mejor, si nos guiamos hacia “nuevos modos” o han sido las “nuevas modas” las que nos han conseguido arrastrar, si estamos contribuyendo a revitalizar el sistema o nos estamos dejando colonizar por él

Por otro lado, es indudable que estamos ante una nueva era que supondrá transformaciones profundas, de gran alcance y decisivas para la universidad. Lo que parece más evidente es que afrontamos unas exigencias de desarrollo de los componentes híbridos y no presenciales de la formación, en los que se habían dado significativos pasos, pero que ahora resultará imprescindible extender y consolidar.Más allá de los propios canales y soportes, lo que eso comporta es casi una revolución en el diseño y los métodos de las enseñanzas, las funciones de los profesores, las infraestructuras, los modelos de organización y hasta en los modos de relación.

Aunque a los universitarios se nos piden respuestas, lo que nunca debemos es dejar de hacernos preguntas y la que en este ámbito más inmediatamente se plantea es: ¿y todo eso cómo lo podremos financiar? Un interrogante casi imposible, por ahora, de desvelar y ante el que me atrevo tan solo a plantear algunas cuestiones que no podremos dejar de considerar.

La primera de ellas remite inevitablemente al contexto. Como economista, veo con enorme preocupación una situación que combina los “shocks” de oferta y de demanda, y confiemos que no derive en una crisis de deuda ante el pavoroso déficit de las cuentas públicas al que nos vamos a enfrentar. El escenario para “cuando esto pase”, será enormemente complicado, presentará fuertes desequilibrios que habrá que ajustar y estará abocado a unas inciertas expectativas de recuperación, que podrían verse afectadas por nuevos rebrotes y la prolongación de una especie de estado de pandemia de baja intensidad. Me gustaría seguir la recomendación de Eduardo Galeano de “dejar el pesimismo para tiempos mejores”, pero no podemos ignorar ese contexto en que, como ya ha ocurrido otras veces, la necesidad de los ajustes se imponga y las restricciones presupuestarias desmientan la retórica de las declaraciones que escuchamos en la actualidad.

La segunda de las cuestiones se relaciona con la anterior. Las necesidades de financiación que comporta el cambio que se avecina y que debiéramos acometer, resultan de tal envergadura que sólo una decidida, clara y ambiciosa voluntad política las podría proporcionar. La magnitud del aumento de esas necesidades de financiación puede verse impulsada por dos vías. De un lado, por el incremento de recursos que conllevaría la ampliación y el cambio de carácter de muchas tareas (plantillas, infraestructuras, equipos, sistemas de organización). De otra parte, porque preveo una significativa elevación de costes de muchos suministros, en una especie de proceso de inflación de costes compatible con una baja actividad (piénsese, por ejemplo, en cómo subirán los precios de los billetes de avión).   

La tercera cuestión se sitúa en la esfera de la equidad y del imprescindible refuerzo de las medidas de protección, coberturas y corrección de la desigualdad, y del consiguiente incremento de los recursos financieros que a estos objetivos se debieran dedicar, tanto por vías tradicionales del tipo de la política de becas, como por innovadores canales que será preciso imaginar para combatir nuevas situaciones de vulnerabilidad y garantizar el derecho del acceso a la universidad. Hay dos riesgos que, a este respecto, creo que habría que tratar por todos los medios de evitar. Por un lado, el de abrir una brecha entre segmentos “asistidos” y de “élite” en la universidad. Por otro lado, el de que el loable propósito, que comparto plenamente, de “que nadie se quede atrás”, nos impida “mirar adelante” y nos dejemos arrastrar por esa curiosa concepción de la solidaridad a costa de terceros, propia de los populismos: blindaje de derechos y obligaciones a mutualizar

Y la cuarta cuestión, me lleva a señalar que, tras la crisis, cobrarán más decisiva importancia los relegados objetivos de eficiencia y de mejora de la “función de utilidad social” de la universidad. Las intensas transformaciones que se perfilan, imponen las exigencias de un uso más eficiente de los recursos, de mejora de los rendimientos, de implantación de técnicas y modelos organizativos que refuercen el carácter gerencial, de un sistema de incentivos adecuadamente diseñados y, en fin, de estructuras ágiles, adelgazadas y flexibles que permitan una mayor adaptabilidad a lo cambiante de las tareas ante la nueva situación.

Quizá haya llegado el momento, además, de revisar los tradicionales modos de pensar y plantear la financiación. No sólo para los imprescindibles objetivos de diversificar fuentes, captar más recursos externos, generar más retornos e incrementar los recursos obtenidos por la prestación de servicios y por la valorización de la investigación y la transferencia de conocimiento. También para procurar una adaptación de la financiación que no podemos contemplar del mismo modo de siempre en una era digital que altera los soportes, los formatos, los procesos y los productos; y para orientarla decididamente al cambio y la modificación de rutinas y convertirla en un decisivo instrumento de transformación en la era del post-coronavirus.

Como siempre en épocas de profundas transformaciones, la cuestión está en acertar a adaptarse a los cambios. ¿Conseguiremos hacerlo? Ése será nuestro gran desafío. Decía María Zambrano que “una crisis solo es catastrófica si de ella no surge algo que la redima”. Y a eso, creo que es a lo que los universitarios podemos y debemos decisivamente contribuir. 

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